Hombre y mujer nos hizo, para multiplicar caricias y la especie, con el fin no menospreciable de ser un pack de dos por uno. Ah, y amarnos, amarnos, amarnos. Pero que quede claro que no hablo de la generalidad, ni de Adán y Eva, menos de Lillith libre del yugo de convenciones sociales, ni de los primeros monos en ser homo sapiens. Hablo de nosotros. Nacidos hace veintitantos, cada cual en la cuna acurrucados, para luego vivir la vida que nos tocó vivir. Tú allá, yo acá, jamás pensando en encontrarnos.
Y mira quién llegué a ser, una adicta a tu piel.
Mujer y hombre nos hizo, a su imagen y semejanza según dicen, intrínsecamente buenos según pienso yo. Eso sí, absolutamente corruptibles, dulcemente vulnerables, amargamente separables. Sin embargo, cuando ves en mis ojos aquel brillo especial, cuando siento en tu respiración un dejo de agitación, sabemos que seremos más nuestros que siempre, en pocos segundos, durante minutos, horas. Luego sabremos con certeza que queremos un para siempre, tu vida y la mía entrecruzándose como olas del mar. Somos tú y yo partes de un todo, de un todo que no somos nada menos que tú y yo.
Mira amor quién llegué a ser, una adicta a tu piel.
Hombre y mujer nos hizo, para crecer. En estatura y sabiduría, amor y palabras, simplemente crecer. Envejecer mientras descubro en tus abrazos cada músculo que se contrae en tu espalda, pensando que en cada beso conozco un poco más tu boca, y besarla y besarte hasta dibujarte con mis ojos cerrados en las paredes de cada habitación. Envejecer mientras saboreo cada milímetro cuadrado de tu piel, siempre alba, siempre mía. Envejecer amor, a tu lado, teniéndote entre mis manos y cabellos y verte crecer como quieras, junto a mí.
Yo, tuya. Y adicta a tu piel.
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