entonces cortó el teléfono y se preguntó en un murmullo por qué, por qué. eran sus cinco minutos de plenitud cierta y real, eran las buenas noches que mutuamente se deseaban... y quedó nada. por qué, pensó. y se le oprimía el pecho, como si en un segundo imperceptible la ironía hubiese plantado su furiosa pesadumbre sobre su esternón. sentía como si aquel le atravesara las entrañas, el corazón, las esperanzas. por qué, se dijo, ya sin miedo a que la escucharan los silenciosos. por qué, y sólo quería algo que lo hiciera presente.
no necesitaba más su etérea presencia, una idea de sus besos y un anhelo de conversaciones hasta el amanecer. no lo necesitaba y no lo quería. se consolaba sólo con un recuerdo tangilbe, una mano que estrechar. se aferró con dedos y lágrimas al objeto amado que yacía sobre su cama. inspiró entrecortadamente, porque se le iba la noche en ir y venir de profundos suspiros. inspiró y el aroma artificial de su piel se impregnó por completo en su humanidad. lo recordó, lo imaginó sonriéndole de frente, con la mirada derretida y los labios entregados. lo visualizó como hace tiempo no lo veía. lo proyectó como quería que volviese a ser: sin la mirada cansada, sin los tiempos encarcelados. se aferró al solo objeto que lo traía en cuerpo a su lado y lloró desconsoladamente. con ahogos, quejidos, con palabras ininteligibles a cualquier audiencia. pero ella sabía bien qué decía, por qué.
bastará el amor, se preguntó al final. bastará ser paciente amante y comprensiva compañera. bastará, y si no, por qué. le preguntó a Dios por qué, por qué el dolor podía ser tan inmenso si nacía de la felicidad. cómo puedo sentirme morir si con él tengo la vida. y las lágrimas mojaban su ropa de dormir, las sábanas y todo aquello que se atrevía a cruzar por delante de sus ojos. no podía consolar el llanto, no podía conciliar el sueño. lloró así hasta que se secó su frustración. por qué, dijo una última vez al aire tibio de primavera y, en contra de su voluntad infantil y las demandas de su razón, decidió no ser más la sobreviviente. escogió refugiarse en su mar de inseguridades y conflictos.
no necesitaba más su etérea presencia, una idea de sus besos y un anhelo de conversaciones hasta el amanecer. no lo necesitaba y no lo quería. se consolaba sólo con un recuerdo tangilbe, una mano que estrechar. se aferró con dedos y lágrimas al objeto amado que yacía sobre su cama. inspiró entrecortadamente, porque se le iba la noche en ir y venir de profundos suspiros. inspiró y el aroma artificial de su piel se impregnó por completo en su humanidad. lo recordó, lo imaginó sonriéndole de frente, con la mirada derretida y los labios entregados. lo visualizó como hace tiempo no lo veía. lo proyectó como quería que volviese a ser: sin la mirada cansada, sin los tiempos encarcelados. se aferró al solo objeto que lo traía en cuerpo a su lado y lloró desconsoladamente. con ahogos, quejidos, con palabras ininteligibles a cualquier audiencia. pero ella sabía bien qué decía, por qué.
bastará el amor, se preguntó al final. bastará ser paciente amante y comprensiva compañera. bastará, y si no, por qué. le preguntó a Dios por qué, por qué el dolor podía ser tan inmenso si nacía de la felicidad. cómo puedo sentirme morir si con él tengo la vida. y las lágrimas mojaban su ropa de dormir, las sábanas y todo aquello que se atrevía a cruzar por delante de sus ojos. no podía consolar el llanto, no podía conciliar el sueño. lloró así hasta que se secó su frustración. por qué, dijo una última vez al aire tibio de primavera y, en contra de su voluntad infantil y las demandas de su razón, decidió no ser más la sobreviviente. escogió refugiarse en su mar de inseguridades y conflictos.