jueves, 20 de noviembre de 2008

las frutillas.

son como los amores. sobre todo como esos amores de primavera y verano. aromas que encantan, sabores que deslumbran... por Dios, a quién no le gustan las frutillas (y los amores)?
el problema con esta fruta codiciada es que nos lleva a vivir los vicios de siempre: primero, nunca quedamos satisfechos. es cierto, no hay quien pueda decir "no quiero más", "que se lo/a coma otro/a" (ambos sentidos, ojo). no pues, la cosa no funciona así. siempre quremos más y más y no podemos parar hasta que se acaben. y eso nos lleva al segundo vicio, o tan bien llamado término.

se acaban las frutillas o el amor, se van con el verano. como si esas nubes a finales de febrero fueran la simple evaporación de tanta humedad veraniega y frutal, y luego los rayos de sol irreverentes de marzo nos trajeran la nostalgia dulce y paradojicamente amarga también. se van frutillas y amores de la misma forma en que llegaron, cuando menos los esperabas, cuando más los requerías.

pero qué disguto pensarás, qué delirio te diré. y pensarás y pensé en dejar de comer frutillas y añorar amores de verano, para así no envolvernos en tristeza, boca desaliñada ni penas del corazón. sentenciarás y sentencié olvidar frutillas por un tiempo, vivir el año académico como se debe, entre estudio y uno que otro amor escolar. argumentarás y argumenté que es mejor guardar el sabor afrutillado para épocas donde falte pasión y sobren ausencias, tiempos sin azúcar ni vicios nocturnos. justo en ese momento te digo, te darás cuenta cuántas frutillas (y amores) perdiste en el camino. quién sabe, quizás uno de ellos pudo ser el hasta que la muerte los separe. lo siento, es innegable mi tendencia romántica últimamente para escribir. será que encontré a mi frutilla veraniega, el amor escandaloso de mi vida, en una tarde de sol cualquiera, una noche con jugo de piña?

para ti, mi fresco amor de verano.

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